viernes, 10 de octubre de 2008

Krishnamurti: La naturaleza de la Meditación


En una época en la cual respecto de la Meditación hay tantos métodos y "maestros", creo que recuperar la visión de Krishnamurti vuelve a poner las cosas en su lugar: el maestro es uno mismo, y el método es aquél que surja de nuestra propia interioridad. Sólo hay que adiestrarse en el arte de escucharse, de cultivar esa "mente silenciosa" de la que Krishnamurti nos habla. Escuchémoslo:

"La meditación es un modo de descartar por completo todo cuanto el hombre ha concebido acerca de sí mismo y el mundo. En consecuencia, tiene una calidad de mente por completo distinta. La meditación implica también percepción alerta, tanto con respecto al mundo como a todo el movi­miento que tiene lugar dentro de uno mismo; implica ver exactamente lo que es, sin ninguna opción, sin distorsión nin­guna. La distorsión ocurre en el instante mismo que ustedes introducen el pensamiento. Y, sin embargo, el pensamiento debe funcionar, pero cuando uno observa y el pensamiento, como imagen, interfiere con esa observación, entonces se pro­ducen distorsiones, hay ilusión. Por eso, para observar real­mente lo que es, en uno mismo y en el mundo, para obser­varlo sin distorsión alguna, se necesita una mente muy quie­ta y silenciosa. Uno sabe que es necesario tener una mente quieta; por lo tanto, hay diversos sistemas que ayudan a con­trolarla, y todo eso implica fricción. Si ustedes quieren obser­var con pasión, con intensidad, es imprescindible que la men­te esté en silencio. No tienen que forzarla; en el momento que la fuerzan ella no está quieta, está muerta. ¿Pueden ver esta verdad, la verdad de que para percibir cualquier cosa deben mirar, y que si ustedes miran con prejuicio no pueden ver? Si comprenden eso, si lo ven, la mente está en silencio.

Ahora bien, ¿qué es lo que ocurre en una mente silencio­sa? Estamos investigando no sólo esa cualidad de energía en la cual no hay fricción, sino también el modo de producir un cambio radical dentro de uno mismo. Uno mismo es el mun­do y el mundo es uno mismo; el mundo no es el fruto separado de mí: yo soy el mundo. Eso no es sólo una idea, es un hecho real el de que yo soy el mundo y el mundo es lo que «yo» soy. Existe, pues, una revolución radical, un cambio en mí, que inevitablemente influirá en el mundo, porque yo soy parte del mundo.

En este inquirir acerca de lo que es la meditación, veo que todo desgaste de energía es originado por las fricciones en mi relación con los demás. ¿Es posible estar relacionado con otro sin que haya fricción en absoluto? Eso solamente es posible cuando comprendo qué es el amor, y la comprensión de lo que es amor significa la negación de aquello que no lo es. Los celos, la ambición, la codicia, la actividad egocéntrica, todo eso, evidentemente, no es amor. Cuando en la comprensión de mí mismo descarto todo lo que no es amor, entonces el amor es. Observar toma un segundo; explicar y describir toma un tiempo largo, pero el acto de la observación es instantáneo.

En esta observación he descubierto que no hay sistema, ni autoridad, ni actividad egocéntrica; por lo tanto, no me ajusto a un modelo, no me comparo con otro. Para observar todo esto la mente debe hallarse en un estado extraordinario de quietud. Si ustedes quieren escuchar lo que se está diciendo en este pre­ciso instante, deben concederle su atención, ¿no es así? No pue­den escuchar si piensan en otra cosa. Si están aburridos con esto, puedo levantarme e irme, pero es absurdo que ustedes se fuercen para escuchar. Si realmente están interesados en ello con pasión, con intensidad, entonces escuchan de manera total, y para escuchar así la mente debe estar quieta, esto es muy sim­ple. Todo esto es meditación; no el mero sentarse por cinco minutos con las piernas cruzadas respirando apropiadamente; eso no es meditación, eso es autohipnosis.

Quiero descubrir cuál es la cualidad de una mente que está por completo silenciosa, y también qué ocurre cuando está silenciosa. He observado, he registrado, he comprendido y he terminado con eso. Pero hay otra cuestión: ¿cuál es el estado de la mente, de las propias células cerebrales? Las células del cerebro almacenan los recuerdos que son útiles, que son necesarios para su autoprotección, recuerdos de lo que podría significar un peligro. ¿No han reparado en esto? Supongo que ustedes leen muchísimos libros. Personalmente no lo hago; por eso puedo mirar dentro de mí y descubrir, observarme no de acuerdo con alguien, sino simplemente observar. Me pregunto cuál es la condición de una mente así, qué le ha ocurrido al cerebro. El cerebro graba, registra, ésa es su función. Opera sólo mediante la memoria que lo protege, de otro modo no puede funcionar. El cerebro puede hallar seguridad en alguna neurosis; ha encontrado seguridad en el nacionalismo, en una creencia, en la familia, en tener posesio­nes, que son todas diferentes formas de neurosis. El cerebro debe estar seguro para funcionar, y puede escoger esa seguri­dad en algo que sea falso, irreal, ilusorio, neurótico.

Cuando me he examinado bien a fondo, todo esto desa­parece. No hay neurosis, ni creencia, ni nacionalidad, ni deseo de herir a nadie, ni de rememorar todas las heridas. Entonces el cerebro es un instrumento para registrar, pero sin que el pensamiento lo utilice como un «yo» operativo. De modo que la meditación implica no sólo la quietud del cuerpo, sino tam­bién la del cerebro. ¿Han observado alguna vez atentamente cómo opera el cerebro? ¿Por qué piensan determinadas cosas, por qué reaccionan ante los demás, por qué se sienten deses­peradamente solitarios, faltos de amor, sin nada ni nadie en quien confiar, sin esperanza?; ¿conocen ustedes esta terrible sensación de aislamiento? Aunque puedan estar casados, y tengan hijos, y vivan en grupo, existe este sentimiento de completa vacuidad. Viéndolo, uno intenta escapar de él, pero si no escapan, si permanecen con él, si sólo lo miran sin con­denarlo, sin tratar de dominarlo, observándolo realmente tal como es, entonces verán que lo que ustedes consideraban como desesperada soledad, deja de serlo.

Entonces las células del cerebro registran, y el pensa­miento como el «yo», el «mí» -mi ambición, mi codicia, mis propósitos, mi realización- termina. Por lo tanto, el cerebro y la mente se tornan extraordinariamente quietos y funcionan tan sólo cuando es necesario. En consecuencia, nuestra men­te, nuestro cerebro, penetran en una dimensión por completo diferente, la que no puede ser descrita; porque la descripción no es lo descrito. Lo que hemos hecho esta mañana es descri­bir, explicar, pero la palabra no es la cosa; cuando uno com­prende eso, está libre de la palabra. La mente silenciosa pene­tra entonces en lo inmensurable." (Extraído de “La conciencia Fragmentada”, publicado por Editorial Sirio.)

Y también, con la contundencia propia que Krishnamurti suele imprimir a sus palabras...

"Cualquier forma de meditación consciente no es la cosa real; jamás puede serlo. El intento deliberado de meditar no es meditación: debe ocurrir, no puede ser invitado. La meditación no es un juego de la mente, ni del deseo y el placer. Todo intento de meditación es la negación misma de ello. Sólo hay que estar atento a lo que uno piensa y hace, y nada más. El ver, el escuchar, el hacer, sin que en ello exista sentido alguno de re­compensa o castigo. La destreza en la acción radica en la destreza del ver, del escuchar. Toda forma de medita­ción conduce inevitablemente al engaño, a la ilusión, porque el deseo ofusca, ciega." (Extraído de "Diario II", publicado por Editorial Edhasa.)

¿Qué más puede decirse? Quizás nada más, y quedarse, en cambio, escuchando, la mente silenciosa…

"A medida que una psicoterapia avanza, el sentimiento de aceptación y respeto que el terapeuta siente comienza a convertirse en algo similar a la reverencia: esto se debe a que es testigo de la lucha valerosa y profunda que el sujeto sostiene para llegar a ser él mismo. Pienso que, en lo profundo, el terapeuta siente la comunidad -o quizás la hermandad- inherente a todos los hombres." Carl Rogers